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sábado, 17 de septiembre de 2011
Cuento: La verdadera achkay - Gloria Dávila Espinoza
Introducción:
La verdadera achkay es un cuento de la escritora peruana Gloria Dávila Espinoza. Inédito hasta ahora el cuento integrará una antología de la autora, quien nos autorizó a publicarlo.
Se incluye un glosario que se recomienda leer antes de leer el cuento, debido a que algunas palabras en otros países siginifican otra cosa.
Glosario
Achkay.- Tipo: Carnívoro. -Agresividad: Alta. Muy peligroso. -Lugar de localización: Ciudad. -Encuentro: Difícil de ver y distinguir, usanza en el mundo andino.
Bayeta.- Tela hecha a base de lana de carnero
Cashu.- Herramienta de labranza, usanza andina. Nombre que proviene del árbol del que se usa para confección del mango de la herramienta de acero.
Cata.- Especie de manto pequeño que se dispone sobre la espalda, usanza andina
Cuy.- Cobaya o conejillo de Indias
Chaquitacclla.- La Taklla o Chaquitaclla es una herramienta de producción agrícola originaria de los Andes
Faldellín.- Falda con decoraciones, usanza andina
Guarango.- árbol ancestral y espinoso que puede sobrevivir en zonas desérticas
Locro.- Suerte de guiso cuyo origen es indudablemente prehispánico y preincaico
Lliclla.- Pequeña manta femenina en donde se guarda objetos
Pañalón.- Manto grueso y grande que se usa para cubrirse el cuerpo, usanza andina
Porongo.- Recipiente grande de barro cocido donde se hace macerar la chicha de jora.
Quishuar.- Buddleja incana, es una especie de árbol perteneciente a la familia de las escrofularíaceas, los incas usaron su madera, muy dura, para tallado.
Taita.- Señor, en la voz quechua
Wachco.- Faja tejida de lana de carnero o algodón, usanza andina
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La verdadera achkay
YO QUE CONOZCO A LA VERDADERA ACHKAY, puedo decirte con toda seguridad que de ella sí que debes cuidarte, porque sabe engañar fácilmente a cualquiera; como lo hizo con mi papá y luego con mi mamá. Ahora, ya los ha enterrado a los dos. Sé que yo soy la siguiente. A mi hermana no la ve igual que a mí, ¿Será porque es mayor?, realmente no lo sé.
¿Sabes ya cómo reconocerla…? Pues te digo. Debes fijarte en su cata, su blusa, su faldellín, su wachco y pañalón. Ella solo sabe usarlos del color negro; y apesta, como el zorrillo. Su cabello parece soga de cabuya y es como la noche en cuya oscuridad solo puedes distinguir nada más que a sus diablos. Lleva siempre un sombrero de lana de carnero, pero está totalmente deforme y avejentado.
Su estatura es mediana, igual que su contextura. Pero eso no le impide ser feroz. En sus ojos verás todas las maldades del mundo, y si ella te mira, no le devuelvas la mirada; porque serías cenizas al instante. Necesitarías ser más veloz que el puma para correr si te sigue; ¡Y si logra alcanzarte…! ¡Ay Taita! Ella te golpearía con sus manos de espina hasta convertirte en cernidor. Como su voz es tan potente, te dejará sordo si estás cerca, porque cuando se enfurece grita como una condenada y su eco, retumba hasta en la puna. Es mejor no hacerla enojar, te lanzaría con toda su fuerza y terminarías reventándote como un sapo sobre alguna roca. Y ni tu ojo quedaría para volverla a ver.
No debería contarte lo que sé de ella, porque si sabe que fui yo quien te alertó… ¡Ay, que Dios me agarre confesado…! ¡Pobre de mí! Debiera tragarme la lengua en vez de asustarte tanto. Pero, como me has dicho que eres valiente, y vas hasta la puna a recoger tus vacas, insisto en que lo sepas todo; porque para ir hasta donde me señalas, de todos modos tienes que pasar por mi casa. Y allí está ella.
Ten en cuenta que debes abrir bien los ojos cuando alguien llegue a tu casa, con un niño en brazos, así vino ella a la mía, cuando yo tenía casi tres años. ¡De nada te servirá como yo que la odies tanto!
Yo de tanto más no poder soportarla, había decidido lanzarme al abismo, ése que se ofrecía en sus casi tres mil metros de altura, no importándome si terminaba colgado como el zorro cuando lo descubren comiendo a las ovejas; o como la espina de un árbol de Guarango, arriba en un peñasco; y por fin perderme, entre sus piedras.
Cuando el abismo se enteró de mi decisión, se ha molestado tanto, que me dijo: No cuentes conmigo para nada, porque si la Achkay descubre que estás viviendo acá, podría ser fatal para mí. Y yo, no quiero problemas con nadie, menos con ella. Ya tengo suficiente con la gente que llega a mi casa sin permiso. Por eso, es que fui a verle al viento. Aunque vive en un lugar inaccesible, he llegado a su casa. Le toqué la puerta y pregunté si podría prestarme su voz, para hacerla asustar cuando la Achkay duerme, pero él, también le teme mucho y ni bien termine de hablar, rompiendo el silencio dijo: No, ahora no puedo prestarte mi voz, será para cuando crezcas. ¿Y cuándo creceré…? Sabe Dios si llegaré a viejo…
Como debía tener un aliado y aún no había conseguido, fui para hablar con el río Huashpay. Me he demorado en bajar por toda la peña, hasta ir a la casa del río, pero él tampoco quiso escucharme. Apenas me oyó, se puso a rugir y hablar como un loco con las piedras, hasta botar espuma por su boca. Por eso le he mirado de reojo, para saber por qué se ha negado hablar conmigo. Sabes… igual que en los ojos del viento, he visto mucho temor en los del Huashpay. Y a tanta insistencia mía, terminó diciéndome: Conversa con el río Marañón. Y casi sin fuerzas para caminar, llegué a la casa de aquél. Le puse al tanto, mi problema con la Achkay. Me miró, de pies a cabeza y dijo: No, yo no le temo, pero ahora estoy muy ocupado con llevar mis aguas a su destino. Espérate que pase el invierno, tendré menos trabajo y allí sí podremos conversar mejor. Hasta que pase el invierno, yo seré cadáver… -me dije. Pero como se dio media vuelta y se fue a trabajar, al quedarme solo, no hice sino volverme con todo mi camino a cuestas.
Hoy estoy acá, conteniendo la respiración, en silencio; como la tarde cuando se aleja para morir detrás del cerro. Ella, me busca enloquecida. Es que he dejado abierta la puerta y una de sus ovejitas se ha perdido. No lo han hallado, a pesar que lo buscaron por la puna, las lagunas, y todas las quebradas – gritando-. De seguro que el zorro ya se lo ha comido… Por eso no me he aparecido, después de oír que me han culpado que el animalito se ha extraviado. También lloro por que se fue. En verdad no sé si esté muerto, espero que eso no sea así, pesaría en mi conciencia lo que pueda haberle ocurrido. Y si no es así, me alegro mucho de que esté libre. Cuando pienso en eso, me siento triste, no sé si estará a salvo, pero por lo menos sé que será feliz corriendo por la fronda de los eucaliptos, el río atenuará su balido en su torrencial murmullo. Y si alguien lo encuentra, estará en buenas manos. Voy a pedir al Jirka para que eso sea así.
Para que no me encuentre la Achkay, he buscado uno y más escondites, pero todo me ha sido negado, por eso me he ocultado dentro de esta vasija grande, en donde en épocas de fiesta usan para hacer la chicha de maíz. Acá se fermenta el maíz con el que se prepara la chicha, hasta botar espuma amarilla; y eso le gusta a la gente. Yo nunca lo he probado, pero he visto que después de beber esa chicha fermentada, caminan como hojas secas, de un lado a otro, tambaleándose; por eso he tenido miedo de tomar fermentado, apenas lo hice cuando está recién preparada.
Te cuento que he renunciado a quedarme dormido dentro de este porongo, porque si lo hago, rodaría junto con este recipiente. Y qué tal si se rompe. Ahí sí que me descubriría la Achkay.
El porongo, es grande, aquí cabe muy bien mi cuerpo, aunque no es posible darse vueltas. Ella lo usa para guardar su manta, algunas otras, su lliclla. Hoy felizmente ha dejado varios fustanes, lo que de seguro no lo está usando, me sirven como un perfecto escondite. Aunque estoy temeroso, y me cliquean los dientes de solo pensarlo, porque la oí hablar muy seria y con extrema rabia. Ahora mismo también está hablando como una loca. Voy a mirarla una vez más. Allí está, se va y viene procurando hallarme. ¡Me va a matar a palos si me encuentra! Ya veo desorbitando sus ojos, mirándome totalmente iracunda y gritándome, además de darme duro con ese palo grueso -ese lloque que tiene detrás de su puerta.
De todos modos yo voy a morir, si no es hoy, será mañana o en el transcurso de un mes. No me doy más tiempo de vida y no porque tenga una enfermedad terminal, no, no. Nada de eso. Sino porque sé que ella acabará matándome a palos por su oveja perdida, ésa ya le había hecho shunay para su hijo, ese niño regordete con ojos de tucu.
¡Ay!, todas las tardes y noches, me da fiebre. Me sofoco en medio de estos de faldellines de bayeta. Creo que ya estoy delirando porque hablo solo. Me duele la espalda como si hubiera cargado cincuenta sacos de papa.
A ver, voy a mirar otra vez, por el pequeño agujero que tiene el porongo. Allí está ella. Casi frente a mí. Me voy a tapar la boca para que no me oiga respirar. Tiene un cuchillo gigante y está echándole filo. Voy a encogerme de pies. Temo hacer ruido. Sería fatal.
¡Ay!, no puedo cambiar de posición, mis pies se han adormecido. Si me arqueo por el cansancio, seguro que el jarrón se va a romper. Me hallaría en un tris. Por eso, parezco ya la cría de una tortuga que a duras penas se mueve.
Unos leves golpes lo alertaron.
¡Ay! Taita Jirka, pensé ya que me había descubierto y hoy pedía que saliera de mi escondite… Ya me veía, en sus manos, gritando -de seguro como ella misma diría, si alguien preguntará por qué lloro tanto-. Respondería: "No, no le estoy pegando, sino buscándole los bichos que tiene en su cabeza, ¡No sé por qué llora tanto…!" Y mientras, estaría ingresándome al pailón gigante, dispuesto sobre el fogón con leña a viva brasa, con la finalidad de cocinarme. Y yo que había estado en silencio porque me cubría la boca con sus manos de mazo -para no gritar- terminaría asfixiándome, para acabar luego siendo la merienda de ella y la de sus hijos. Esos dos niños regordetes, que comen como cerdos. Felizmente me equivoqué. Esos leves golpes eran de su tacón. Mira pues tiene un tacón horrible y ¡Ni siquiera sabe caminar…! ¿Para qué se pondrá…?
Aunque creo que ya me he quedado sin alma, al oír las siete campanadas en la capilla de mi pueblo -aquella que recientemente había recibido al Taita Joseph, que vino de Italia para oficiar la misa. Estaba totalmente asustado, porque siete son las campanadas que se toca cuando alguien se muere. ¿No será que me vaya a morir hoy…?. No me imagino cómo será la muerte. Aunque las imágenes que están allá, son milagrosas. Ninguno hará algo por mí, porque Grimalda, no sabe ir a la iglesia. Ella dice siempre que, el taita cura no solucionaría sus problemas. Yo sé que sí, porque esos son milagrosos, la gente de mi pueblo saber ir antes de las siembras y cosechas de trigo, maíz, tarwi, quiwicha, cebada, papa, y casi siempre dicen que les va bien.
Yo no voy a la iglesia porque no soy bautizado. ¿Tendré alma o no? Dicen que los que no se bautizan son hijos del Diablo. Pero mi mamá, mi papá y todos mis abuelos, tíos y primos nunca se han bautizado, entonces ¿serán demonios también ellos? Ellos creen en su coca y los jirkas, y jamás van a rezar.
Si no fuera porque la Achkay entrara a mi choza cuando me iban a bautizar. Diciendo que estaba grave, no hubieran cancelado mi bautizo y hoy no temería a nada, ni siquiera a ella. Pero sé que el Jirka también me cuida.
Ahora que lo recuerdo, ya sé a dónde iré a pedir por ayuda. Él sí me va a escuchar. –dijo y aguardó a que la Achkay se fuera. Y así fue, cuando la Achkay salió a buscarla. Ella salió con mucho cuidado y fue directamente al cerro.
Al llegar, le tocó la puerta insistentemente. Nadie abrió y después de una hora de hacerlo, alguien movía una de las rocas, y por fin apareció un hombre pequeño de melenas largas y ojos profundos. ¿Qué deseas…? –me dijo-. Mire, no sé por dónde empezar, ya estoy cansado de que me nieguen lo que me urge tener. Ve al grano, no tenemos mucho tiempo para andarse por las ramas. Me dijo. Yo respondí… Bueno la verdad es que ando triste porque un carnero se ha perdido de la huerta de mi casa y… ¿Crees que nosotros podríamos tenerlo…?. No, no. No somos cuidadores de nada y además si es que estaba en donde vive esa mujer de cabellos gruesos como la cabuya; es mejor que te vayas. Ella acaba de venir a preguntar por ti, y de seguro que no tarda en volver a pasar y si nos encuentra en una tertulia animada, de seguro que no solo tendremos problemas, sino… ¿Cómo… también ustedes le temen a ella…? ¿Acaso no son los jirkas quienes cuidan a la gente del pueblo?, así es, respondió aquél, pero no tenemos tanto tiempo para andar preocupados mirando carneritos… Nuestro trabajo es mayor. Dijo y cerró su puerta dejándome con la palabra en la boca. Que mal educado, dije yo.
Recuerdo que cuando se murió mi papá, ella preparaba todo para su entierro. Allí la vi en la cocina. Se hallaba pelando papa con un cuchillo fino. Dijo que sería para el locro de cuy. Yo por temor, me acomedí a ayudar y mientras lo hacía me dije: Ella ha enterrado a mi mamá, ahora vamos a enterrar a mi papá. ¿Acaso ella no conoce la muerte? No es que tenga alma de fierro pero a veces me vienen esas ideas a la cabeza. La achkay hoy, es como la piedra. Parece que no conoce el sufrimiento como yo. Con la muerte de mi padre. Ya he quedado huérfano.
Todo tipo de pensamientos llegaban a mi cabeza y todos iban dirigidos a ella, cada vez que la miraba, mi alma se llenaba de odios infernales. ¡Me ha hecho pecar tanto…! Y hoy, precisamente hoy ya no tengo a mi madre, menos a mi padre. Ya mi manta blanca pequeña debe descansar como yo de cargar tanto peso psicológico. Esos hijos suyos, antes regordetes, que solo sabían comer a toda hora y rebotar como la pelota, hoy están casados, tienen sus hijos e hijas y en ellos veo los mismos ojos de su abuela. Llenitos de odios.
No he podido olvidar que cuando ellos fomentaban desorden en casa, aquella no decía ésta esta es mi boca. En cambio yo, no podía tocar ni una aguja si no su fuera con su permiso, y si ellos jugaban, yo solo podría mirarlos. Parecían cerdos revolcándose en el lodo hasta quedar hecha una maraña.
Al finalizar sus andanzas, había agua tibia, ropa limpia, y todo tipo de potajes. ¿Y a mí? que me lleve un puma.
Mi cuerpo me dolía como si me hubiera acabado a garrotazos, no podía tocar ni el agua, en cuanto lo hacía las llagas de mi cara y manos, se llenaban de materia y más repudio tenían de mí y por eso decía: Leprosami shamuykan, para luego volcar la olla en la que antes se hallaba cocinando algún rico potaje ¿Por qué su odio era tal que no deseaba que yo coma lo que ella preparaba?
Después de todos los desaires que me ofrecía, alzaba vuelo con sus hijos; dejándome solo en la casa grande. Allí en donde solo el viento soplaba ferozmente.
¿Debería estar así recordando sus odios, por lo menos durante el tiempo que ella permanezca en la cocina?
Hoy estoy acá en la cocina, mirando a todas estas mujeres, que al unísono pelan abundante papa. Yo como ellas me he aposentado en esta habitación, pero ya antes le había llorado a mi papá hasta acabarse mis ojos, le pedí que me llevara a donde él va, pero él ya no puede oírme y mucho menos, decirme nada. Mi hermana mayor se quedará conmigo y ella cuidará de mí para que la Achkay no haga nada malo contra mí. Recuerdo que le advertía a mi hermana para que ella no me gaste bromas. Diciéndome que ahora la achkay me llevaría de las patas.
Es raro el comportamiento de esta mujer, porque cuando mi padre estaba en casa y nosotros le pedíamos que nos diera el mejor de los manjares, ésta de inmediato nos preparaba. Pero en cuanto mi padre se iba ya -a la chacra o estancia-, aquella se transformaba en lo que realmente era; una verdadera Achkay.
En una ocasión, cuando cocinaba, me acerqué para ver qué nos daría de comer. Vi en la olla un trozo grande de carne de res, que hervía. Me miró, y volteó la olla sobre la cocina de barro. Un polvillo blanco se elevaba, era la ceniza. Yo oí el sonido que se producía al caer sobre el carbón caliente , para luego levantarse, proferir palabras entre dientes e irse echando llave a la puerta de la cocina.
Mi padre no vendría en dos días. ¿Qué comería durante este tiempo? –me dije-. Corrí hacia la huerta en donde los pajarillos comían las pequeñas bayas de habas, acompañé en su ágape a aquellos -quienes al principio huyeron al alertar mi presencia- pero luego terminaron compartiéndome su alimento, cantando hermosas canciones. Yo por cierto no había aprendido su lenguaje, pero aquellos me lo enseñaron en un santiamén. Y allí estábamos ellos y yo comiendo del la misma baya.
Al llegar la tarde me trepé a un árbol para ver si algún vecino transitara por ese paraje e irme con él o ella a dormir a su casa.
A las seis de la tarde, vi pasar a una mujer sobre un hermoso caballo. La miré y aquella me dijo: Vámonos a casa para que no sufras tanto. ¿Cómo sabía aquella mujer que yo sufría tanto?, ¿Acaso el sufrimiento está escrito en mi rostro? Dijo llamarme Norma Domínguez.
Al tercer día, y cuando indagué que mi padre estaba de regreso de la estancia, le comenté de este hecho, Pero él dijo que la conocida bien y no creía que jamás cometería desatinos. ¿Me vio como una niño embustero? Yo no quería discutir con él, pero necesitaba defender mi salud, porque desde el día en que llegué a vivir con ellos. No tuve sino sentimientos de temor por ella. Se me encrespaba el cuerpo cuando aquella pasaba cerca. Su andar era lento. Su mirada, un pozo sin fin. Sus labios fruncidos, como si el odio anidara en ellos. Siempre la oía decir: Payta yupaytakun, noga yanukushkaga paytapis (Él se hace de rogar para comer, yo cocino también para él). Eso era mentira. Todo el tiempo que mi padre estuvo ausente sufrí mucho y comí poco. Solo en mis sueños era inmensamente feliz si veía a mi madre junto a mí, mucho más. Pero no era cierto, porque mi madre estaba lejos, muy lejos.
Huía de sus garras porque no deseaba convertirme en un sapo, porque esa era su especialidad, convertir a los niños en sapos y luego de reunirlos en un recipiente, llevárselos a casa, en donde les devolvía a su propia naturaleza. ¿Será por eso que hallé muchas prendas de niños en casa? ¿De dónde los habría traído? No lo sé, pero solo recuerdo una vez que una señora llegó a la casa preguntado por un niño pequeño. Ella respondí de inmediato. Mana ricashcaga. (No lo he visto) dijo.
La expresión de su rostro -cuando mi padre estaba entre nosotros- era del todo cándida y confiable. Y en cuanto él se iba, su transformación era tal que desentrañaba su real ser.
Muchas veces ha girado la olla en donde decía que prepararía nuestro alimento para luego verlo todo sobre el carbón y la ceniza. Un día la uchpa (ceniza) me miró y después de un rato me dijo: Ya no vengas a la cocina, yo por tu culpa tengo que tragar carne cruda. Y a decir verdad no sabe a nada.
Los cotidianos ires y venires de mi padre, me están ahogando. Ninguna amenaza podría ser mayor que estar al cuidado de la Achkay.
Esta es la única verdad, tengo ocho, soy aborrecido por ella, y hasta a veces creo que su antipatía me hizo contraer la varicela. Estoy en casa, intentando comer un pan duro. Mi almuerzo hoy será pescado enlatado. Si me da fiado en la tienda, don Tito Huerta, comeré; de lo contrario iré a robar habas verdes de la huerta de mis vecinos.
Mi padre ha vuelto a irse hace cinco días y aún no regresa a casa. La achkay está sentada en el suelo con un recipiente grande entre sus piernas. Le ha dicho a sus hijos: Ponchetag rurayqushag gamkuna (estoy preparando ponche para ustedes). No es para mí. No importa ya. Me contento con el aroma, ése que el viento acarrea hasta dónde estoy. Mi padre no lo sabe, él cree que soy feliz a su lado, porque muestro un rostro de contento cuando está en casa. A ustedes no les puedo mentir. Lo hago porque no quiero que se sienta mal por mi culpa. No quiero contarle que su mujer es una achkay. De seguro que renunciaría a vivir con ella y yo sufriría de verlo solo. Ya no hay solo un par de ríos en Marías, hoy apareció uno más y ése precisamente habita en mis ojos.
¿Cómo conocí a la Achkay?, terminaré de contarles todo. Pocos años antes de cumplir los tres años, llegó a casa con un niño en brazos. Dijo que el padre del niño la había abandonado, por eso mi madre se compadeció, por eso la acogió. Días después mi padre la tomó cariño porque la vio desprotegida. Apenas tenía 19 años.
Mi madre luego le enseñó a cocinar para que sea útil en la casa. Luego le enseñó a hilar, a tejer; trabajar la tierra. Aunque nunca la vi trabajar como debe ser. Era una inútil acabada, porque apenas alzaba el cashu y en vez de extraer una papa entera de la tierra, ésta salía en partida en dos. Y si le entregaban una chaquitaclla; igual, era para matarse de la risa, porque en vez de abrir un surco en la tierra, acababa en el suelo como un pellejo viejo. Mis padres le tenían paciencia, porque dijeron que era huérfana. Yo creo que sus padres se murieron al saber que habían procreado una nulidad...
Jamás imaginé que mis padres no supieran que ella era una achkay. ¿Tenerla viviendo en casa…? Un total peligro. Mi tía Atila ya me había alertado pero, un niño de apenas ocho años solo piensa en jugar. Si mi madre hubiera intuido por lo menos un poco respecto de toda su maldad; de seguro que se habría convertido en una carabinera y la hubiera acabado matándola como lo hizo con los zorros que entraban a la huerta con el fin de llevarse a nuestras ovejas. Pero ella, nunca antes mostró su alma negra. Y ni siquiera mi madre supo que aquella era la achkay del pueblo. De saberlo, no habría dejado que se quedara con mi padre allá en la casa de Marías.
¿Por qué solo los niños tenemos que sufrir en sus manos? ¿Es que con los adultos, no tiene poder para atormentarlos…? ¿O es que los niños somos del todo vulnerables y es esa la razón por la que se ensaña solo con nosotros y no así con los adultos? Ya quiero ser adulto para no llorar más. ¿Seré algún día adulto o acabaré muriendo como mi madre a destiempo?
Como vivía quejándome. El eucalipto me dijo el otro día que estaba cansado de oírme llamar a mi padre. Que de tanto escuchar mi voz gritando como un condenado, ha perdido la audición. Es que gritaba como un endemoniado llamando por su nombre cada vez que se iba. Cuando el eucalipto me dijo aquello, lo miré en silencio, no le comenté más nada y por eso ahora voy solo a ver al Quiswar, allí lloro todo lo que quiero hasta convertirme en un sapo con ojos de búho. A veces he odiado a las piedras, a los ríos, al viento, al sol, a la luna, y a los caballos, porque solo ellos pueden ver a mi padre todo el tiempo que quieren. ¿Y yo? Apenas unos días porque luego tiene que irse.
Hoy la Achkay ha preparado un nuevo funeral, y están cocinando locro de cuy; todos comerán menos el niño José María.
FIN
(c) Gloria Dávila Espinoza
Huánuco
Perú
Del libro inédito: "Sajra Wayín", o Casa del demonio, dedicado a José María Arguedas Altamirano, en el centenario de su natalicio
de la introducción (c)Araceli Otamendi
(c) imagen: fotografía de la obra de Ana Erman "Andando" tomada en el Museo Maguncia
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1 comentario:
hermanita...Feliz junto a ti, por tus logros. No dejo de pensar en que debes venir al encuentro de escritores de mi pueblo, del 6 al 9 de octubre, si no este año, te espero en el proximo...cosas buenas van a suceder.te quiero mucho
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